En los últimos años ha habido un enorme cambio de opinión respecto del cambio climático. Los científicos y líderes políticos se encuentran ahora unidos respecto de la amenaza y la necesidad de actuar. Pero existe un peligro de profundo abismo entre el tamaño y la velocidad de las disminuciones de gases de efecto invernadero que requerimos.
Los científicos dicen que para el 2020 son esenciales las reducciones de entre 25% y 40% en los países industrializados para controlar el aumento de la temperatura y disminuir el riesgo de un cambio climático irreversible y catastrófico.
Pero con las emisiones globales de carbono creciendo por sobre el 1% anual, los líderes políticos ponen en duda cómo pueden lograr esas drásticas reducciones sin dañar la prosperidad.
Sir Nicholas Stern, autor del estudio de 2006 sobre economía del cambio climático, podría haber demostrado que el costo de un retraso en detener el cambio climático podría ser muchas veces superior en comparación con tomar acciones ahora. Pero los políticos que piensan únicamente en el largo plazo e ignoran los asuntos inmediatos de preocupación pública podrían encontrarse a sí mismos en funciones sólo en el corto plazo, siendo reemplazados por aquellos que carecen de su visión.
Así, el desafío es acordar una acción nacional e internacional para crear economías con bajas emisiones de carbono, pero de una manera que permita que la gente incluyendo a las zonas más pobres del mundo goce de los beneficios materiales y sociales de crecimiento y consumo. Esto necesita un marco lo suficientemente radical acerca de dónde ir, pero realista acerca de dónde estamos ahora y la velocidad a la que se quiera ir.
Es una tarea, dada la complejidad de los asuntos involucrados, más difícil que cualquiera que la comunidad internacional haya enfrentado en más de medio siglo. Pero es vital, dado el precio potencial del fracaso, que se logre un acuerdo en la conferencia de la Naciones Unidas en Copenhague el próximo año.
De momento, no subestimo las inmensas dificultades políticas y económicas. El consenso es que las emisiones de gases deben ser disminuidas en más de 50% hacia 2050 para tener una buena oportunidad de mantener la elevación de temperatura en cerca de dos grados centígrados. Lograr esto requeriría un cambio de proporciones nunca antes vistas en nuestras economías.
v También tenemos que aceptar la realidad. Para cerrar la brecha es esencial una expansión de la energía renovable y, en algunos países al menos, de la energía nucleoeléctrica.
Pero la gran cantidad de nuevas centrales eléctricas que serán construidas en los Estados Unidos, la India y China en las dos próximas décadas serán a carbón, por lo que es absolutamente crucial desarrollar tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Y existe una enorme brecha entre nuestra necesidad de energía nucleoeléctrica y la capacidad de generarla, por las críticas y reducciones que la industria nuclear ha enfrentado en años recientes.
Tampoco podemos permitirnos reiniciar Kioto. Necesitamos que todos los países estén involucrados. El mundo desarrollado, que generó el 80% de los gases de efecto invernadero de origen antrópico en nuestra atmósfera, tiene que asumir el liderazgo en reducir dichas emisiones. Pero aun si los Estados Unidos lograran cumplir con las metas más audaces de reducciones y China siguiera en su presente senda, las emisiones aumentarían por encima del nivel en que un cambio climático potencialmente catastrófico se vuelve mucho más probable.
Por ello, grande es el desafío y apretada la fecha límite. Sin una dirección política clara hay un riesgo real de que la Cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague en 2009 lleve a un acuerdo sobre el menor denominador común, con cada país dando tan poco como crea posible.
Pero también es posible ver un marco para el ambicioso aunque factible acuerdo que se requiere. En este punto resulta de ayuda el alto precio del crudo y las continuas preocupaciones acerca de cómo la oferta alcanzará la demanda en el futuro. Tanto la seguridad energética y el cambio climático apuntan hacia la necesidad de transformar la forma en que nuestras economías crecen para reducir radicalmente nuestra dependencia del carbono. Esto debiera hacer posible un próximo acuerdo universal para reducir las emisiones en un 50% hacia 2050.
La tarea crucial en Copenhague es lograr una dirección clara, tanto para el mundo desarrollado como el que está en vías de serlo, hacia una economía con bajas emisiones de carbono. Necesitamos un acuerdo que sea lo que más se pueda lograr políticamente en 2009, pero que siente las bases para que el acuerdo sea fácilmente ajustado en el tiempo.
Esto requiere que los países industriales líderes que asistan a la Cumbre del G-8 en Hokkaido el próximo mes junto al encuentro de las mayores economías logren ponerse de acuerdo en la meta para el 2050 y en elementos centrales que pudieran ser incluidos en el acuerdo global.
Deben identificar y financiar las investigaciones y análisis necesarios para lograr un acuerdo más amplio en Copenhague que pueda ser llevado adelante en la Cumbre del G-8 que se desarrollará en Italia.
Si se efectúan esos pasos preparatorios, entonces la comunidad internacional llegará a Copenhague sabiendo que existe una dirección política desde los países responsables del 75% de todas las emisiones. En gran medida, también resultará claro que Copenhague no podrá resolver todos los problemas, sino establecer un proceso continuo que permitirá ajustarse a medida que cambien las circunstancias.
Hay razones para estar optimista. Los países como China y la India aceptan que el cambio climático es un problema que concierne a todos y no sólo a aquellos países que más responsabilidad tienen en él. En los Estados Unidos y Japón también hemos visto un cambio de actitud bienvenido. En Europa existe ahora un consenso genuino y profundo acerca de la necesidad de actuar.
El desafío ya no es de voluntad política. Es de cómo lograr un acuerdo, a la vez radical pero realista, que nos coloque claramente en la senda hacia un futuro con menos carbono. Está a nuestro alcance. No podemos permitirnos desperdiciar la oportunidad.
Los científicos dicen que para el 2020 son esenciales las reducciones de entre 25% y 40% en los países industrializados para controlar el aumento de la temperatura y disminuir el riesgo de un cambio climático irreversible y catastrófico.
Pero con las emisiones globales de carbono creciendo por sobre el 1% anual, los líderes políticos ponen en duda cómo pueden lograr esas drásticas reducciones sin dañar la prosperidad.
Sir Nicholas Stern, autor del estudio de 2006 sobre economía del cambio climático, podría haber demostrado que el costo de un retraso en detener el cambio climático podría ser muchas veces superior en comparación con tomar acciones ahora. Pero los políticos que piensan únicamente en el largo plazo e ignoran los asuntos inmediatos de preocupación pública podrían encontrarse a sí mismos en funciones sólo en el corto plazo, siendo reemplazados por aquellos que carecen de su visión.
Así, el desafío es acordar una acción nacional e internacional para crear economías con bajas emisiones de carbono, pero de una manera que permita que la gente incluyendo a las zonas más pobres del mundo goce de los beneficios materiales y sociales de crecimiento y consumo. Esto necesita un marco lo suficientemente radical acerca de dónde ir, pero realista acerca de dónde estamos ahora y la velocidad a la que se quiera ir.
Es una tarea, dada la complejidad de los asuntos involucrados, más difícil que cualquiera que la comunidad internacional haya enfrentado en más de medio siglo. Pero es vital, dado el precio potencial del fracaso, que se logre un acuerdo en la conferencia de la Naciones Unidas en Copenhague el próximo año.
De momento, no subestimo las inmensas dificultades políticas y económicas. El consenso es que las emisiones de gases deben ser disminuidas en más de 50% hacia 2050 para tener una buena oportunidad de mantener la elevación de temperatura en cerca de dos grados centígrados. Lograr esto requeriría un cambio de proporciones nunca antes vistas en nuestras economías.
v También tenemos que aceptar la realidad. Para cerrar la brecha es esencial una expansión de la energía renovable y, en algunos países al menos, de la energía nucleoeléctrica.
Pero la gran cantidad de nuevas centrales eléctricas que serán construidas en los Estados Unidos, la India y China en las dos próximas décadas serán a carbón, por lo que es absolutamente crucial desarrollar tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Y existe una enorme brecha entre nuestra necesidad de energía nucleoeléctrica y la capacidad de generarla, por las críticas y reducciones que la industria nuclear ha enfrentado en años recientes.
Tampoco podemos permitirnos reiniciar Kioto. Necesitamos que todos los países estén involucrados. El mundo desarrollado, que generó el 80% de los gases de efecto invernadero de origen antrópico en nuestra atmósfera, tiene que asumir el liderazgo en reducir dichas emisiones. Pero aun si los Estados Unidos lograran cumplir con las metas más audaces de reducciones y China siguiera en su presente senda, las emisiones aumentarían por encima del nivel en que un cambio climático potencialmente catastrófico se vuelve mucho más probable.
Por ello, grande es el desafío y apretada la fecha límite. Sin una dirección política clara hay un riesgo real de que la Cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague en 2009 lleve a un acuerdo sobre el menor denominador común, con cada país dando tan poco como crea posible.
Pero también es posible ver un marco para el ambicioso aunque factible acuerdo que se requiere. En este punto resulta de ayuda el alto precio del crudo y las continuas preocupaciones acerca de cómo la oferta alcanzará la demanda en el futuro. Tanto la seguridad energética y el cambio climático apuntan hacia la necesidad de transformar la forma en que nuestras economías crecen para reducir radicalmente nuestra dependencia del carbono. Esto debiera hacer posible un próximo acuerdo universal para reducir las emisiones en un 50% hacia 2050.
La tarea crucial en Copenhague es lograr una dirección clara, tanto para el mundo desarrollado como el que está en vías de serlo, hacia una economía con bajas emisiones de carbono. Necesitamos un acuerdo que sea lo que más se pueda lograr políticamente en 2009, pero que siente las bases para que el acuerdo sea fácilmente ajustado en el tiempo.
Esto requiere que los países industriales líderes que asistan a la Cumbre del G-8 en Hokkaido el próximo mes junto al encuentro de las mayores economías logren ponerse de acuerdo en la meta para el 2050 y en elementos centrales que pudieran ser incluidos en el acuerdo global.
Deben identificar y financiar las investigaciones y análisis necesarios para lograr un acuerdo más amplio en Copenhague que pueda ser llevado adelante en la Cumbre del G-8 que se desarrollará en Italia.
Si se efectúan esos pasos preparatorios, entonces la comunidad internacional llegará a Copenhague sabiendo que existe una dirección política desde los países responsables del 75% de todas las emisiones. En gran medida, también resultará claro que Copenhague no podrá resolver todos los problemas, sino establecer un proceso continuo que permitirá ajustarse a medida que cambien las circunstancias.
Hay razones para estar optimista. Los países como China y la India aceptan que el cambio climático es un problema que concierne a todos y no sólo a aquellos países que más responsabilidad tienen en él. En los Estados Unidos y Japón también hemos visto un cambio de actitud bienvenido. En Europa existe ahora un consenso genuino y profundo acerca de la necesidad de actuar.
El desafío ya no es de voluntad política. Es de cómo lograr un acuerdo, a la vez radical pero realista, que nos coloque claramente en la senda hacia un futuro con menos carbono. Está a nuestro alcance. No podemos permitirnos desperdiciar la oportunidad.
Domingo 29 de junio de 2008
International Herald Tribune
Por:Tony Blair (fue Primer Ministro británico desde 1997 hasta 2007 )