Un catedrático crea neumáticos biológicos fabricados con algas en lugar de sílice

Las algas, esas insignificantes plantas que abundan en los mares y por las
que nadie daba un duro hace unos años, se han revelado como unos organismos
tremendamente útiles: retrasan el envejecimiento, se usan en los sectores
alimentario y farmacéutico y hasta sirven para hacer etanol o biodiesel.
Ahora, gracias a la investigación de un catedrático de la Universidad de
Girona, también podrán utilizarse para fabricar neumáticos biológicos, más
limpios y económicos que los tradicionales.

El truco consiste en sustituir parte de la sílice amorfa, un compuesto
habitual en el caucho de los neumáticos, por algas, unos organismos ricos en
azúcares y que pueden obtenerse en grandes cantidades de los mares. De
hecho, en ocasiones el problema es que hay demasiadas: «Téngase en cuenta
que las algas verdes proliferan, en grandes cantidades, por eutrofización,
siendo un problema medioambiental especialmente importante en el mar
Mediterráneo», explica Féix Carrasco, catedrático de Ingeniería Química de
la Universidad de Girona e inventor de los bioneumáticos.
La idea le vino mientras realizaba, en 2002, una estancia de investigación
en la Universidad de Roma, donde conoció a un colega que había estudiado las
propiedades de las algas verdes, un recurso asequible que se encuentra por
doquier en las lagunas de Venecia. Carrasco recordó entonces un trabajo que
dirigió, unos años antes, en la Universidad de Quebec, en el que mezclaba
virutas de madera, provenientes de los residuos de los aserraderos, con un
plástico de polietileno.

Y así es cómo se encendió la bombilla: «Me vino a la mente que tanto las
algas como la madera contienen grandes cantidades de polisacáricos (que son
azúcares), por lo que pensé que se podría intentar incorporar algas al
caucho comercial. Los polisacáridos de las algas consiguieron unir las
cadenas moleculares del caucho y se pudo así producir un biocaucho con
buenas propiedades mecánicas y térmicas», relata el catedrático. De esta
forma, queda abieta la posibilidad, que ahora dependerá de los fabricantes,
de crear neumáticos a partir de un residuo, como es, según recuerda
Carrasco, el exceso de algas verdes.
El principal problema para poner en el mercado unos «bioneumáticos que
crecen en el mar» es, según su creador, convencer a los usuarios de su
fiabilidad, algo que ya ha sido demostrado en los laboratorios del Trellborg
Wheel Systems de Tívoli, en Italia. De hecho, es una empresa italiana,
Pirelli, la que posee la patente de los nuevos neumáticos.

En Tívoli, el equipo dirigido por Carrasco realizó con este nuevo material
las pruebas estándar habituales en los cauchos que se utilizan en la
fabricación de neumáticos sobre densidad, dureza, resistencia al rasgado,
atracción, viscosidad o calentamiento, entre otras mediciones, y
contrastaron que en todos los parámetros mantenían sus propiedades según las
normativas de seguridad.

Carrasco confía en que Pirelli se decida a su comercialización, aunque
primero cree que serán necesarios un estudio y una campaña dirigidos a
informar a los potenciales clientes de las ventajas económicas y
medioambientales de este tipo de neumáticos. Las algas, un recurso natural y
renovable, constituyen una materia prima sin coste alguno, mientras que la
sílice que se usa en la actualidad cuesta 1,06 euros por kilo. El proceso
involucraría recoger las algas, dejarlas secar y molerlas hasta formar
pequeñas partículas con un diámetro de unos 200 micrómetros, ya que es
fundamental que el polvo obtenido sea fino.
«Vale la pena resaltar que no es necesario modificar las instalaciones para
tal fin, puesto que se trata de substituir una parte de la sílice amorfo por
algas molidas en el momento de efectuar la mezcla de los diferentes
ingredientes de los neumáticos», señala Carrasco, cuya investigación se ha
publicado en la revista especializada 'Journal of Applied Polymer Science'.

Angel Díaz
Fuente: El mundo.es

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