digno de mención: se ha topado con decenas de ellas en sus muchos años de
andanzas por cavidades y cimas. Pero lo que ahora toma entre sus manos es
algo diferente. Aunque parece una piedra, no lo es. A menos que las piedras
crezcan, porque ésta lo hace, y en condiciones muy extremas (en absoluta
oscuridad, con ciento por ciento de humedad).
"Es una nueva forma de vida organizada en la Tierra; no sabemos a qué reino
pertenece. Estamos frente a un organismo vivo, que no conocemos", admite
Brewer. Y, cabe acotar, que no necesita la energía solar para persistir.
La historia empezó hace varios años, en el macizo del tepui Chimantá.
Charles Brewer Carías, Federico Mayoral y un grupo de expedicionarios se
adentraban -a pesar del vértigo generado por sus dimensiones- en una cueva
todavía sin identidad para la ciencia (ahora se llama Charles Brewer, en
honor de su descubridor) y sin coordenadas publicadas (es un secreto para
evitar la voracidad turística).
"Estábamos caminando por la caverna, una caverna de cuarcita. Llamé a
Charles, y le pedí que se acercara porque había algo que estaba creciendo.
Vimos estructuras como corales, en el suelo, que se abrían igual que un
árbol.
Concluimos que era algo que crecía con base en un patrón; un organismo
vivo", rememora Mayoral.
Brewer le puso nombre: bioespeleotema. Un espeleotema es un depósito de
materiales dentro de una caverna, que forma las estalactitas (de arriba
hacia abajo) y las estalagmitas (de abajo hacia arriba).
El añadido de "bio" puntualiza que son materiales vivos. Algo que, de
acuerdo con el propio naturalista, no existe. Más preciso aún: no existía
para la mente humana.
Las pruebas científicas, sin embargo, sugieren una respuesta entre tantas
interrogantes: se trata del organismo vivo más antiguo. Una de las piezas,
evaluada mediante espectrometría de masa, tiene 322.000 años de existencia.
¿Son de origen extraterrestre? Tal vez. "Es posible que sean las bacterias
que la NASA está buscando en Marte", asoma Mayoral. Las estructuras halladas
en la cueva Charles Brewer podrían darle más fuerza a la teoría de la
panspermia, según la cual las semillas de la vida están repartidas por todo
el universo, y llegaron a la Tierra en un meteorito; como la cueva estuvo
aislada, los bioespeleotemas podrían haberse mantenido inalterados durante
siglos.
Dudas por resolver.
Por fuera, los bioespeleotemas parecen piedras de formas caprichosas, que se
reúnen en jardines. Pero, ¿qué ocurre dentro? La microbióloga Paula Suárez
(Universidad Simón Bolívar), que se incorporó al equipo de expertos, supone
que es un consorcio de microorganismos que se alimentan con sílice.
La ubicación de los bioespeleotemas en la caverna es una pista por seguir
para entender de dónde provienen: a partir del kilómetro 2. Cero luz. Lejos
de cualquier peligro de inundación, pero en zonas cercanas al agua interior.
Tal como lo describe Mayoral, se avistaron también en la entrada de la
cueva, pero aparentemente "muertos". Claro, a menos que la hipótesis de la
panspermia sea cierta, y se hallen en estado latente.
Dos helados. El pingüino. El discurso. Los champiñones.
Estos son algunos de los nombres con los cuales han bautizado las
estructuras. Las hay de 40 kilos; también, de medio metro de largo. Federico
Mayoral piensa en un mensaje genético que orienta el crecimiento.
"Conociendo un poco de biología marina, lo comparo con un coral. Es algo que
dará mucho de qué hablar en el futuro".
Sólo preguntas surgen al contemplar los bioespeleotemas. Los que Brewer
trajo a Caracas para desarrollar diversos experimentos, ¿están vivos? Los
que continúan en la caverna, ¿a qué ritmo surgen? ¿Cuál es su edad? Los
cortes muestran que posee anillos de crecimiento, similares a los de un
árbol; y canales que garantizan la absorción. Un ensayo efectuado por el
naturalista, con tintas de diversos colores, evidenció que "chupan" de
manera ordenada. Una tomografía ratificó que crecen desde el interior.
Proteger el patrimonio.
A la cueva Charles Brewer se suman otras 9 en el tepui Chimantá. Un sistema
de cavernas, al cual sólo se accede por una vía, y que guarda secretos del
pasado: los bioespeleotemas, por ejemplo, registrarían información de más de
300.000 años; es decir, de los eventos climáticos como glaciaciones.
El naturalista y explorador está convencido de que el hallazgo es un paso de
gigante para la ciencia. En consecuencia, pide apoyo de profesionales de
diversas disciplinas para las investigaciones. Formula, además, un llamado
de atención "a las instituciones gubernamentales, que deben asumir la
protección de este patrimonio natural"; y a entes públicos y privados, para
que las expediciones (cada una cuesta entre 50.000 y 60.000 dólares) se
repitan, de modo que la cueva descubierta por él en Bolívar sea una luz para
la humanidad.
Fuente elnacional.com
Colaboradora: Elizabeth Genesca
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