Bailar para salvar el planeta. Es el objetivo de las fiestas del bar Surya, la autodenominada "primera discoteca ecológica" de Londres. Así lo advierten los mensajes tallados en la madera de la puerta del local, en Pentoville Road, a corta distancia del metro de King´s Cross y la estación del Eurostar. En su primera planta, la decoración es exquisitamente cursi, pero, eso sí, montada con objetos que antes tuvieron otra utilidad. "Yo era un contenedor de cable eléctrico", se lee en el viejo rollo industrial reconvertido en mesa. Pero la clave del proyecto se esconde en el sótano, con una pista de baile que genera energía con el movimiento de los clientes. En Surya, la electricidad se nutre con la danza.
Su propietario, Andrew Charalambous, millonario constructor británico, sueña con convertir su disco verde en una franquicia internacional. Pretende crear "una suave revolución" para frenar el deterioro medioambiental con una cadena de "clubes ecológicos" construidos a partir del modelo de su inversión londinense.
"Un engaño verde"
Como destino final, promete una isla paradisiaca, en el Mediterráneo, que será "un destino turístico sexy y ecológico, donde uno puede salvar el planeta tomando un cóctel junto a la piscina". El proyecto isleño está previsto para 2010, pero ya ha desatado la ira de la organización Amigos de la Tierra. "Decir a la gente que pueden salvar el mundo volando a una isla es un engaño verde", denuncia Ruth Ruderham, responsable de desarrollo en la central londinense de la ONG.
Amigos de la Tierra tiene amplias razones para alzar la voz de protesta. Charalambous canaliza su aventura comercial a través de la web Club4Climate, donde se identifica como Dr Earth (Doctor Tierra). En sus páginas, ha volcado mensajes como "el compromiso con el medio ambiente y el hedonismo no son mutuamente excluyentes". Según el millonario, "el hedonismo no equivale a destrucción, los que van de fiesta no son parásitos".
La web también contiene un decálogo de principios que debe aceptar quien desee montar una discoteca ecológica. El cuarto mandamiento exige donar parte de las ganancias a una organización benéfica enfocada al medio ambiente o al bienestar de los animales. Pero, en este punto, Dr Earth ha dado un doble paso en falso: asocia su plataforma con Amigos de la Tierra, cuyo logotipo aparece claramente en la página inicial de Club4Climate. La ONG rechazó hace meses la ayuda ofrecida por el millonario inversor y donante habitual del Partido Conservador.
"Club4Climate está engañando a la gente utilizando nuestro logo y nuestro nombre. El transporte aéreo es una de las fuentes de emisiones de dióxido de carbono de mayor crecimiento y es la mayor amenaza al objetivo gubernamental para combatir el cambio climático. Amigos de la Tierra no puede apoyar semejante proyecto", advierte Ruderham.
Marketing agresivo
Dr Earth presidió la fiesta inaugural del bar Suryah. Se sirvieron cócteles orgánicos en vasos de policarbonato y se degustaron canapés en platos de papel, que luego terminaron en el bidón de reciclado. La luz suave de bajo voltaje apenas dejaba ver las hojas de periódico o los disquetes que decoran varias paredes. Y, en la pista, gente bailando para generar con su movimiento hasta el 60% de la energía que consume el local, según explicaban las relaciones públicas.
Todo se aprovecha en Surya, desde las sillas y la tapicería procedentes de distintos lugares, hasta decenas de revistas enrolladas que sirven de patas de una mesa de metacrilato. Los materiales nuevos, mármoles entre ellos, proceden de establecimientos comprometidos con el comercio justo, de acuerdo con notas colgadas de la pared. El agua de las cisternas del baño es, al parecer, reciclada.
Dos pequeñas turbinas de viento asoman en el solar, que también contiene paneles fotovoltaicos. Todo el edificio pertenece a Charalambous, quien arrienda los pisos de las plantas superiores. Pero no todos los vecinos del barrio están contentos con el club verde: se quejan de contaminación sonora.
Su propietario, Andrew Charalambous, millonario constructor británico, sueña con convertir su disco verde en una franquicia internacional. Pretende crear "una suave revolución" para frenar el deterioro medioambiental con una cadena de "clubes ecológicos" construidos a partir del modelo de su inversión londinense.
"Un engaño verde"
Como destino final, promete una isla paradisiaca, en el Mediterráneo, que será "un destino turístico sexy y ecológico, donde uno puede salvar el planeta tomando un cóctel junto a la piscina". El proyecto isleño está previsto para 2010, pero ya ha desatado la ira de la organización Amigos de la Tierra. "Decir a la gente que pueden salvar el mundo volando a una isla es un engaño verde", denuncia Ruth Ruderham, responsable de desarrollo en la central londinense de la ONG.
Amigos de la Tierra tiene amplias razones para alzar la voz de protesta. Charalambous canaliza su aventura comercial a través de la web Club4Climate, donde se identifica como Dr Earth (Doctor Tierra). En sus páginas, ha volcado mensajes como "el compromiso con el medio ambiente y el hedonismo no son mutuamente excluyentes". Según el millonario, "el hedonismo no equivale a destrucción, los que van de fiesta no son parásitos".
La web también contiene un decálogo de principios que debe aceptar quien desee montar una discoteca ecológica. El cuarto mandamiento exige donar parte de las ganancias a una organización benéfica enfocada al medio ambiente o al bienestar de los animales. Pero, en este punto, Dr Earth ha dado un doble paso en falso: asocia su plataforma con Amigos de la Tierra, cuyo logotipo aparece claramente en la página inicial de Club4Climate. La ONG rechazó hace meses la ayuda ofrecida por el millonario inversor y donante habitual del Partido Conservador.
"Club4Climate está engañando a la gente utilizando nuestro logo y nuestro nombre. El transporte aéreo es una de las fuentes de emisiones de dióxido de carbono de mayor crecimiento y es la mayor amenaza al objetivo gubernamental para combatir el cambio climático. Amigos de la Tierra no puede apoyar semejante proyecto", advierte Ruderham.
Marketing agresivo
Dr Earth presidió la fiesta inaugural del bar Suryah. Se sirvieron cócteles orgánicos en vasos de policarbonato y se degustaron canapés en platos de papel, que luego terminaron en el bidón de reciclado. La luz suave de bajo voltaje apenas dejaba ver las hojas de periódico o los disquetes que decoran varias paredes. Y, en la pista, gente bailando para generar con su movimiento hasta el 60% de la energía que consume el local, según explicaban las relaciones públicas.
Todo se aprovecha en Surya, desde las sillas y la tapicería procedentes de distintos lugares, hasta decenas de revistas enrolladas que sirven de patas de una mesa de metacrilato. Los materiales nuevos, mármoles entre ellos, proceden de establecimientos comprometidos con el comercio justo, de acuerdo con notas colgadas de la pared. El agua de las cisternas del baño es, al parecer, reciclada.
Dos pequeñas turbinas de viento asoman en el solar, que también contiene paneles fotovoltaicos. Todo el edificio pertenece a Charalambous, quien arrienda los pisos de las plantas superiores. Pero no todos los vecinos del barrio están contentos con el club verde: se quejan de contaminación sonora.
Lourdes Gómez
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